…“no entiendo como persistes en ir al psiquiatra, tu sabes cómo funcionan, pastillas y más pastillas hasta atontarte, una vecina ha ido hace tres días a un psiquiatra, y desde entonces duerme más, está más apagada y triste, cuando fue buscando una activación, y en estos momentos se arrepiente de esa visita”… “¿cuántas veces te tengo que decir que tienes que buscar ayuda?, que tu solo no lo consigues, a mi hermana le ocurrió algo parecido, la cambiaron de puesto de trabajo y se derrumbó, gracias que una compañera, que le dio la dirección de un psiquiatra, y en menos de un mes se normalizó, incluso está actualmente mejor que cuando estaba bien”.

Son dos opiniones que no tienen nada en común, en una se rechaza de plano la actividad del profesional de la psiquiatría, y en la otra se le ensalza, se le da el valor que realmente tiene. La pregunta es, ¿por qué ocurre esto? ¿por qué no se acepta la especialidad médica de psiquiatría, en muchos casos casi vital?

Para poderlo entender, tenemos que tener en cuenta que hasta la década de los años setenta, en el ambulatorio sólo existía la especialidad de neuropsiquiatría, una especialidad mixta, que trataba a enfermos neurológicos y psiquiátricos, no siempre con la debida fortuna. Tampoco existía la psiquiatría en los hospitales generales, con excepción del de Valdecilla, Basurto y Santa Cruz y San Pablo, por entonces se comenzó a instalar acercándola al paciente, y unos años más tarde, comenzaron a funcionar las urgencias psiquiátricas, dentro del área de urgencias de los hospitales.

Hasta entonces, a todos no son familiares los psiquiátricos, como centros oscuros de reclusión y marginación social, de una bolsa de población, enferma, marginada, delincuentes, asociales, epilépticos graves, histéricos descompensados, esquizofrénicos con sintomatología activa… y cuyos tratamientos eran especialmente de contención, camisas de fuerza u otras drogas químicas, dirigidas al control de su agitación, o simplemente para ordenar la convivencia. No es de extrañar, que estas imágenes vividas en cientos de películas, dibujos o fotografías, nos estremezcan, y nos quede un poso de tristeza, miedo, y fantasía aniquiladora de la personalidad, y con ello el rechazo claramente explícito del tratamiento del psiquiatra.

Hoy la situación es completamente diferente, desde 1973 que en España se inquietaron los profesionales, y propiciaron como ya venía ocurriendo en otras latitudes, un cambio, por el que nació otra forma de actuar, en la que se incluye a la comunidad como parte esencial de tratamiento, la profesión comienza a penetrar en la sociedad, se la conoce mejor, y puede, mediante un arsenal terapéutico prolijo, disminuir el dolor moral, y serenar o sosegar el ánimo del individuo enfermo.

Tenemos que entre todos evitar el efecto “nocebo”, que no es más que la actitud previa, negativa y de rechazo, a la visita o al contacto con el profesional de la psiquiatría, y en su lugar aceptar, que en nuestro cerebro está depositada una sala de máquinas, encargada de regular todos los aspectos de nuestra vida, orgánica y emocional, el ritmo cardiaco o respiratorio y digestivo, y la atención, concentración y memoria, etc. Este artilugio, vela por nuestro equilibrio homeostático ambiental, por unas relaciones sociales sanas, por un sueño reparador, por un humor sereno y esperanzador, por una afectividad agradable y serena, por un estar placentero, por una reflexión o análisis en calma, por la búsqueda de un futuro más seguro y prometedor, por la conservación de nuestras amistades, dándonos la paciencia e inteligencia necesaria.

En definitiva, es el motor que alimenta nuestro estar en el mundo, ordenándole, jerarquizando hechos y circunstancias, ordenado momentos, asistiendo al paso del tiempo de forma natural, con el grado de esperanza correspondiente, etc., pero, vivimos en un mundo, que nos inquieta, que nos exige, que nos requiere y demanda, que nos manipula y sorprende, que nos fatiga y nos cansa, y ello contribuye en ocasiones a cierto desequilibrio de nuestra sala de máquinas, necesitando nuestra intervención, con el objetivo de recobrar su equilibrio.

Para ello disponemos de tres tipos de armas. Los fármacos, de los que mantenemos un arsenal notable, con muchos años de experiencia, y por tanto superconocidos, sabiendo cuáles son sus efectos deseados y no deseados. La psicoterapia, o técnicas especiales de diálogo con el paciente, cuyo objetivo fundamental es el de interpretar y resolver sus problemas emocionales, base de su malestar, ambas armas han de caminar de forma paralela y ordenada, siendo esencial su alianza en el 90% de los trastornos. A estas dos armas, hay que tratar de sumar, la actitud positiva y colaboradora del paciente, así como la correspondiente al personal de su entorno.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025